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En tiempos de Felipe II la venta de los señoríos suscitaron también la oposición de las ciudades afectadas, aunque poco podían hacer teniendo en cuenta que eran miembros de las propias minorías dirigentes los que compraban. «Marbella, por ejemplo, consigue impedir la exención de su jurisdicción de ciertas villas de su tierra (Estepona, Ojén) y la compra de otras por Carlos de Villegas, aunque para ello tuvo que ceder al chantaje de la Corona y desembolsar 2.000 ducados. Ésta, a cambio, se comprometió a no eximir tales villas en el futuro (…), promesa que, como es sabido, no cumplieron los sucesores de Felipe II».

Los mudéjares del señorío del conde de Cifuentes (Benahavís y Daidín) participaron activamente en los acontecimientos de 1500-1501, que después de las acciones de la Corona quedaría casi enteramente despoblado, aunque se recuperó rápidamente, ya que en 1504, en el reparto del servicio ordinario, Benahavís figura con 50 vecinos y Daidín con 40, o sea, que podrían haber recuperado la mitad de la población que tenía antes de la rebelión. Los nuevos pobladores son en su mayoría moriscos procedentes de las alquerías del interior de la Serranía de Ronda, cuya intención era pasar allende a la primera oportunidad que se les presentase. Poblamiento, pues, de gran inestabilidad. Las huidas están muy documentadas.

«Para facilitar la repoblación de sus villas, el conde de Cifuentes consiguió que la Corona garantizase a los moriscos que se avecindasen en ellas la conservación de las haciendas que poseían en sus lugares de origen». Las autoridades de Ronda y Marbella se oponían a estos trasvases de población, pero se les ordenó que «no impidiesen el avecindamiento de moriscos de sus jurisdicciones en Benahavís y Daidín, y que los bienes dejados por los vecinos de estas villas que habían huido al norte de África fuesen entregados al conde de Cifuentes». «Las fugas periódicas mantenían los niveles de ocupación de ambas villas muy por debajo de sus posibilidades, lo cual las hacía poco rentables (en 1526, una pesquisa revela que ninguna tenía más de 30 vecinos). Quizás por eso, el conde de Cifuentes decidió venderlas».

En cuanto a la industria, «El comercio de uvas pasas con destino a la exportación se canaliza a través de las ciudades (Málaga, Vélez Málaga, Marbella). Allí acuden los productores, fundamentalmente moriscos, a vender sus cosechas, las cuales serán adquiridas por comerciantes locales que luego las revenderán a los grandes mercaderes que controlan el negocio de la exportación».

A partir de estos años, Marbella, con una población estimada en 2560 h. en el año 1560, y compartiendo corregimiento con Ronda, conocerá una notable actividad económica y agrícola. Un periodo en el que la vida entera de la ciudad estuvo fuertemente marcada por la familia Bazán, en concreto por el regidor del Cabildo Alonso de Bazán, alcaide del Castillo, cuya Tenencia ostentaba el conde de Teba. Su muerte, en 1573, y la de su hijo Fernando en 1604, sin descendencia, posibilitaron que se materializaran algunas de las cláusulas del testamento del primero, que se conserva en nuestro archivo —al igual que el de su hijo Fernando— como es la creación de un hospital que actuara como centro de socorro de los pobres naturales de Marbella. Existía desde hacía tiempo un Hospital Real dedicado a atender a los pobres forasteros, por lo que era evidente la necesidad que el deseo de Alonso de Bazán vino a cubrir. Por su testamento, todas las rentas producidas por el Mayorazgo pasarían a ser la base económica del Hospital de la Encarnación, conocido también como Hospital Bazán . La documentación generada por esta institución, que con toda seguridad fue transferida al Ayuntamiento en la segunda mitad del siglo XIX coincidiendo con la asunción de las competencias de Beneficencia, constituirá por sí sola la casi totalidad de los fondos existentes en el Archivo Municipal correspondientes a los siglos XVI y XVII. De estas centurias no hay otros papeles a excepción de un Memorial, una Real Cédula y una Provisión Real de 1624 relativos, los tres, al mismo asunto: un conflicto de competencias entre los Consejos de Justicia y de Guerra.

En las décadas iniciales del siglo XVII, Marbella se erige en una de las ciudades más comerciales del sur de España, con sus exportaciones de pasa, con sus vinos y la incipiente industria azucarera . Situación que se prolongará con algunos cambios hasta la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la ciudad experimente un sensible aumento de su población y un impulso modernizador en infraestructuras . Momento en que se inicia un proceso de larga duración que culminará en la actual configuración y delimitación del término municipal: Estepona, Istán, Benahavís y Ojén irán desmarcándose de la jurisdicción de Marbella y estableciendo sus propios términos. El procedimiento, los pleitos, los antecedentes y demás documentación necesaria para llevar a fin estos deslindes conforman la base de un material documental que por suerte conservamos casi íntegramente.

Desde el punto de vista de la actividad cultural, hemos de destacar que un marbellero, Rodrigo Arias Maldonado, escribió un Breve tratado de ortographia, libro que ha sido descubierto recientemente por J. Óscar Carrascosa Tinoco, que además ha realizado un estudio introductorio bastante interesante acerca del personaje y de la obra.

Desde el punto de vista urbanístico se van a producir modificaciones, ampliaciones, construcciones nuevas, destrucciones… Aquí sólo podemos dar testimonio de los trazos gruesos de esta mudanza, cuyas primeras manifestaciones vienen, lógicamente, del lado ideológico: la conversión de al menos seis mezquitas en iglesias cristianas (Encarnación, San Bernabé, Santa Catalina, Santiago, San Cristóbal y San Sebastián), que supone, en este sentido, una marca definitiva y excluyente de imposición religiosa  a la que acompañan novedades ornamentales y arquitectónicas. Durante el siglo XVI, se fundan espacios nuevos: la ciudad se expande hacia el norte (barrio Alto), se crea el barrio Nuevo de la Fortaleza, se construyen el convento de la Trinidad, el hospital de San Juan de Dios y la iglesia del Santo Cristo, y probablemente fuese hacia el final de la centuria cuando se levantara la casa del Ayuntamiento y comenzara el proceso que daría lugar a lo que sería «la mayor obra pública de la historia moderna de la ciudad»: la plaza pública. Detengámonos un momento, porque merece la pena y lo dice todo, en la breve descripción de la semántica de la plaza: «Explicar su formación y evolución es narrar gran parte de la historia de la ciudad, ya que más que un espacio abierto es una concentración de símbolos, un conglomerado de memoria por acumulación de estratos históricos, vistos superficialmente en la sucesión de nombres que ha tenido: plaza Pública, de Cabildo, Real, de Isabel II, de la Constitución, del Generalísimo Franco, de los Naranjos» . Varias edificaciones se alzan durante el siglo XVII -Casa del Corregidor, el Hospital Bazán y el convento de San Francisco-, pero también se manifiestan los primeros síntomas de degradación de las murallas.

La introducción de ideas ilustradas a la ciudad parece ser que se produce a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se establezcan en Marbella una serie de familias de extranjeras, fundamentalmente francesas, como Charroet, Bernard, Belón, Colbrán o Grivegnée; éste ya a principios del XIX. Esto no se traduce en la existencia de instituciones de carácter benéfico culturales , aunque sí en una nueva concepción del espacio y del ornato urbano.

La situación de Marbella en el siglo XVIII se conoce, básicamente, gracias al Catastro de Ensenada, publicado recientemente con un magnífico estudio introductorio a cargo de Lucía Prieto y Francisco López González , y a la documentación que se conserva en distintos archivos (Archivo Municipal, Archivo Histórico Provincial, Chancillería, Simancas). Según los datos que aparecen en el Catastro de Ensenada, de vital importancia para el conocimiento de la Marbella del setecientos, la ciudad presentaba a la altura de 1752 una configuración social profundamente desigual en la que un pequeño grupo monopoliza los sectores más activos de la vida material de la ciudad, así como el ejercicio del poder político y el control social derivado de la influencia del poder eclesiástico.

Los sectores estarían configurados así: en cuanto al primario, el sector agrario es el hegemónico, con el casi 49% del total de la población dedicada a esta actividad. Con la evidencia de que en este periodo existe en el campo andaluz relaciones de producción capitalistas, la presencia de población campesina asalariada es una numerosa realidad. Por el contrario, es muy escasa la población dedicada a la actividad pesquera (entre 30 y 60 pescadores).

En cuanto al sector secundario, el nivel de ocupación es bajo: el 9%. Un que no hace sino confirmar la debilidad de este sector productivo tanto en Andalucía como en Castilla. A ninguna de las actividades artesanales y manufactureras se le puede atribuir capacidad para desarrollar posteriores procesos de industrialización, que sólo hallarán continuidad en el caso de la fabricación de azúcar y en la siderurgia. A pesar de ser minoritaria esta actividad, en la ciudad pervivían los tradicionales molinos de aceite y harina y la fabricación de vino y azúcar. Destaca la presencia de un único molino de aceite situado en el cortijo de Miraflores, propiedad del poderoso Tomás Domínguez y Vargas, lo que indica la menor presencia del cultivo del olivo, en una zona orientada a las dos especializaciones más importantes del reino de Granada: la vid y la caña dulce, productos cuya transformación explica la presencia en el Catastro de una infraestructura considerable. En todas las grandes haciendas se plantaban vides y se fabricaba vino. Junto a las actividades agroindustriales, se desarrolla la actividad artesanal en pequeños talleres por maestros y oficiales: albardoneros, alfareros, herradores, zapateros, herreros, cordoneros, albañiles, sastres. El gremio mayor es el de los zapateros. Destacan, en un nivel por encima los maestros carpinteros y los maestros molineros de pan.

Y en cuento al sector terciario, agrupa todas las actividades relacionadas con el comercio y con el transporte, así como los profesionales vinculados a la actividad intelectual (médicos, barberos-sangradores, boticarios), los empleados en distintas actividades de carácter administrativo. Si incluimos al estamento eclesiástico, el peso del mismo es evidente. En el comercio de exportación se hallan algunos de los mayores niveles económicos de este periodo.

Como decíamos antes, un pequeño grupo monopoliza los sectores más activos de la vida material de la ciudad. Riqueza material, influencia social y patrimonialización del poder municipal definen la oligarquía local, cuya misión social es el ejercicio de las funciones administrativas y políticas a través de las instituciones concejiles.

La estructura concejil de Marbella en el siglo XVIII no era muy diferente a la de la centuria anterior. Los miembros del Cabildo eran propietarios de sus oficios. En zonas de realengo, como era Marbella, la adquisición por compra de las regidurías, alcaldías, privilegios y distinciones permitía a los hidalgos y caballeros convertirse en capitulares. En el Cabildo de Marbella, junto a Tomás Domínguez, que tenía asiento preferente y el privilegio de portar espada, en las sesiones se sentaban, en 1752, nueve regidores que constituía un grupo oligárquico (Pedro Quiñones, Miguel Roldán, Martínez Cordero, etc.) para los que status definía la pertenencia a un estamento separado jerárquicamente del conjunto social. Su fortuna les permite encaramarse al poder concejil, pero igualmente el aparato municipal facilita el enriquecimiento; y no por la percepción de los simbólicos ocho ducados, sino por la gestión de la más importante fuente de ingresos del Ayuntamiento durante el siglo XVIII: los Propios. La explotación de las tierras municipales será generalmente monopolizada por la oligarquía concejil. Asimismo, la rentabilidad de las tierras comunales explica la escasa extensión de la tierra cultivable en Marbella. Una rentabilidad que se refiere especialmente al fruto de la bellota, rematada a lo largo de toda la centuria por los poderosos regidores locales o sus familiares. Éstos son también los más pertinaces deudores de las arcas municipales, a las que rara vez incorporaban el precio de los remates. Durante décadas, los Quiñones, los Benjumea, los Cordero o los Domínguez controlan los arrendamientos de las tierras municipales como una más de las actividades que define su estrategia de grupo.

En lo relativo a la estructura física de la ciudad, el siglo XVIII supuso un salto de calidad en la urbanística de la ciudad. Un impulso al que no es ajeno el relativo alivio financiero del periodo de la Ilustración en toda la península y que en Marbella se reflejó, entre otros extremos, en las incoaciones de procedimientos por particulares (se recogen un gran número de ellos) para ir sustituyendo las murallas por viviendas , y, sobre todo, en la aparición de un espacio emblemático, la Alameda , que consolida la apertura de la ciudad hacia el sur. Una nueva región urbana que, para el autor, constituye el exponente de las contradicciones ilustradas: «Con una población (…) más preocupada por la subsistencia que por el parque, la municipalidad se preocupaba más por la Alameda que por el bienestar de sus ciudadanos». Pero antes de la aparición de este lugar, la cesión de unos terrenos por el marqués de Castellón había propiciado la ampliación del ámbito urbano a levante de la ciudad y el germen de lo que en poco tiempo se conocerá como el barrio Nuevo (el Barrio), zona que irá adquiriendo «cierta relevancia como barrio» a medida que el peligro corsario se perciba como algo pasado y la población, perdido el miedo secular, inicie un paulatino acercamiento al mar . Un siglo, pues, el dieciocho de inusitado crecimiento que asiste también a la erección del nuevo templo de la Encarnación o a la sustitución del castillo de San Luis por el fuerte del mismo nombre; en el que, en consonancia con el siglo, se produce un mejoramiento de la actividad fabril de la Marina y, por último, un momento en el que comienza a plantearse, por vez primera, la posibilidad de construcción de un puerto, que, a medida que el tiempo pase, iría convirtiéndose en «la historia de su fracaso».