Herramientas de Accesibilidad

Skip to main content

Al principio de siglo, justo después de la ocupación francesa, el panorama de la ciudad no era muy halagüeño. Con una población estimada de unos 3.700 habitantes, se asistió, sin duda, a un fuerte retroceso en lo económico y en lo social, con poca actividad pesquera (aunque mayor que al final del mismo siglo XIX) y con una exigua industria artesanal. Rodríguez Feijoo define la situación así: «en 1814, nos encontramos con una población netamente rural (…). Nos encontramos con una sociedad rural enclavada en pleno Antiguo régimen, con una sociedad estamental que se basa en la desigualdad civil entre el grupo de privilegiados (nobleza y clero) y no privilegiados».

POBLACIÓN Y SOCIEDAD

Al comenzar el siglo, Marbella la población de Marbella, como hemos dicho, giraba en torno a unos 3.700 habitantes. Una población que mantenía intactas las estructuras estamentales del Antiguo Régimen, con el 93% de sus pobladores encuadrados en el llamado Tercer Estado.

Según los estudios de Rodríguez Feijoo , la población activa era del 17,9%, mayoritariamente rural y se dividía de la siguiente manera:

  • Sector primario: 59,6%. Como decimos, la mayor parte se refiere a la actividad agrícola, aunque la pesquera sea de mayor entidad que la de final de siglo.
  • El sector secundario: 12,24%. Es escasa la actividad industrial, y destaca el zapato, con carácter artesanal; la construcción de barriles de madera y molinos para alimentación.
  • En cuanto al sector terciario, con el 28,21% de total, destacan  el comercio, el transporte y, por último, los funcionarios civiles y militares.

En resumen, «En 1814, nos encontramos con una población netamente rural (…). Una sociedad rural enclavada en pleno Antiguo Régimen (…), con una estructura estamental que se basa en la «desigualdad civil entre el grupo de privilegiados (nobleza y clero) y no privilegiados».

Si comparamos esta situación con la de finales de siglo, nos da los siguientes resultados:

  • En 1897 Marbella contaba con 7.927 h., con una población activa del 21,6%.
  • El sector primario representaba el 71%.
  • La actividad agrícola representa el 83% del sector (un 57,4% del total de la población activa), 
  • y la pesca disminuye en términos porcentuales: alrededor del 7%.
  • El sector secundario (9,6%), está representado en primer lugar por la construcción, la piel y la madera;
  • y en cuanto al terciario (18,6%).

De manera que al final del siglo, Marbella continúa siendo una población rural, pero en la que se observa que el sector agrícola ha aumentado; que la riqueza minera está en manos foráneas, y el sector servicios se encuentra inflado por las necesidades de la población.

En general, se puede afirmar que «Durante el siglo XIX la mayoría de la población no alcanza unas cuotas de bienestar mínimas». Se producen crisis demográficas con epidemias de lepra (1821-1822) o del cólera morbo asiático (1834, 1855, 1855); las condiciones de insalubridad son notables y las malas condiciones higiénicas en general. Se producen, asimismo, crisis epidémicas en la agricultura: oidium (1850-1857) o filoxera (1874-1879, 1893, 1895) . Inundaciones pertinaces y heladas se alternan con sequías.

ECONOMÍA

En lo referente a la actividad económica conviene destacar que la industria azucarera tenía una cierta tradición en Marbella, pues ya había contado con un trapiche en 1646, que en 1730 pasó a ser de la Inquisición de Granada, que lo cedió a terceros en régimen de arrendamiento. Sobre estas fechas también se empezó la construcción de otro trapiche por parte de la familia Domínguez, en los terrenos del Prado, junto a su cortijo. El llamado hoy Cortijo Miraflores. Al principio del siglo XIX ambos trapiches estaban arruinados. Pero en los inicios de esta centuria, Enrique de Grevignée House, procedente del alto comercio marítimo, adquiere el antiguo trapiche de la Inquisición, lo reconstruye y restablece el cultivo de la caña dulce en la comarca, que iba a florecer hasta la invasión francesa.

Los avatares de la llegada de los franceses empiezan a reflejarse en Marbella hacia finales de 1810. La ciudad sufrirá continuos saqueos, invasiones e incendios, lo que provocará que la mayoría de los ciudadanos se refugien en Coín. Los recursos defensivos de Marbella se limitaban al Fuerte o Castillo de San Luis, que fue objeto de varios asedios. Rendido el fuerte, los franceses fijaron en Marbella un destacamento al mando de un comandante, estableciendo el cuartel general en el convento de San Francisco. Estuvieron en Marbella hasta el 25 de agosto de 1812.

Como consecuencia de la guerra, la ciudad quedó arruinada. Las necesidades eran muchas y las arcas estaban vacías: urgía reparar la cañería general que proveía agua al pueblo, se necesitaba reparar el Puente de Málaga, para normalizar la comunicación con el Barrio Nuevo; se precisaba un cementerio; los empedrados de las calles en pésimo estado; la Alameda despoblada de árboles, etc. Pero a pesar de todo ello, se comenzaron las obras de construcción del Puerto de Marbella el 8 de julio de 1818. El fracaso de las previsiones económicas condujo al abandono de los trabajos mucho más adelante.

A la penuria económica habrá que añadir la situación conflictiva que Marbella vivía con municipios como Ojén, Istán o Monda en defensa de sus montes de propios, que entendía como saqueados, o por la poca predisposición que, en general, se daba en Marbella a aceptar la segregación de los citados núcleos de población . Por otro lado, en Marbella se van a detectar los primeros síntomas de las desamortizaciones iniciadas durante el trienio, y que afecta a la reutilización de los tres conventos existentes en la ciudad.

Hacia mediados de siglo se va a producir un hecho de vital importancia para el posterior desarrollo económico de Marbella: la liquidación del caudal de Propios como efecto de la desamortización.

Al producirse la rendición de Marbella, los Reyes Católicos ordenaron, con motivo de los repartimientos, que se dejasen para Propios de la ciudad «todos los montes de llevar bellotas y los pastos de Sierra y Monte Pardo comprendidos en su término». Así, quedaron para Marbella los montes llamados La Carnicería, La Fuensequilla, Bornoque, el Puerto de Ojén, los Baldíos de Guadalmansa, el Alcornocal de las Bóvedas, Alicate, Montenegral, Tahones, Gamonales, Las Chapas, y las Bocas y las Calas.

La corriente desamortizadora dará al traste con casi la totalidad de la riqueza territorial de la que secularmente había dispuesto Marbella para atender al sostenimiento de las cargas públicas, lo que obligará a una reconversión de la hacienda municipal, que tendrá que arbitrar recursos, atacando directa o indirectamente los bolsillos de los particulares. La nueva situación provocará numerosos conflictos y, especialmente, el arbitrio de consumos, en manos de rapaces arrendatarios, se ganará la inquina popular.

En Marbella, el proceso desamortizador, es decir, la venta a particulares de los bienes de Propios y Comunales, correrá paralelo a ese fenómeno de la deforestación de los montes de su entorno, que realizan las ferrerías. Tras la Sierra Real, pasaron a propiedad particular Bornoque y Alicate. Igual suerte hubiera corrido el resto de no ser porque el Ayuntamiento, en 1856, adoptó el acuerdo de solicitar la excepción de la venta deSierra Blanca, los Llanos de Nagüeles, los Baldíos de Río Verde, y el pinar de Valdeolletas.

Por otro lado, hasta la segunda mitad del siglo van a pervivir los ingenios azucareros; y continuarán después en la colonia de San Pedro con la inauguración, en 1871 de la industria de la caña de azúcar. De 1883 data la fábrica de azúcar de El Ángel. Y al decir de Rodríguez Feijoo: «la producción de azúcar de esta segunda etapa sustituirá a la siderurgia y se convierte en una de las actividades productivas más importantes del litoral» .

Lo sustancial del periodo estriba en ser el punto de inflexión de esas grandes realizaciones que a la postre redundaron en la mengua de los recursos de la tierra de Marbella. Nos referimos a la aventura económica que comienza con la extracción del grafito y plomo (ésta en la mina Buenavista) y que datan ya del siglo XVIII, y que continuó, como hemos dicho, con la industrialización del azúcar, una actividad tradicional que se recupera en los primeros años, declina en los años 20 y se reactiva en el último tercio del siglo gracias a la iniciativa del Marqués del Duero . Pero lo que mayores consecuencias arrastró fue la implantación de las ferrerías de Río Verde, que convirtieron a nuestra ciudad en la adelantada de la siderurgia nacional, y que, aunque trajo una relativa bonanza al municipio en la década de los 40 , a largo plazo van a provocar el esquilmamiento de los bosques del término , con la consiguiente disminución de los recursos y el empobrecimiento generalizado. Un decaimiento económico que ya es una realidad en los años Ochenta, con el cierre definitivo de las industrias  -por entonces ya en manos inglesas- por este agotamiento del arbolado y el lógico y progresivo encarecimiento del carbón de leña, “[que] hizo imposible competir con los hierros asturianos del Cantábrico (...)” . En la última década del siglo, la crisis industrial viene acompañada de los primeros síntomas del declive minero, haciéndose patente, al mismo tiempo, la poca disposición que la sociedad propietaria de las minas del término, la Marbella Iron Ore C&L, demostraba para renovar los sistemas tradicionales de extracción, y que redundaría sin duda en el paulatino agotamiento de las vetas.

La explotación de las vetas de hierro de la mina de El Peñoncillo, desde 1869 en manos de la Marbella Iron Company (hasta la 2ª República), continuará hasta 1970. Pero poco se aprovechó el pueblo y las economías domésticas de ello: «la riqueza minera de Marbella será ampliamente explotada, con mayor o menor éxito, durante el siglo XIX, aunque bajo intereses foráneos que en poco beneficiarán a esta ciudad, ya que no generaron, salvo en el caso de las ferrerías, industrias relacionadas con ellas, sino que la extracción del mineral será exportada al exterior» . Siendo, así, constatable la incapacidad de las clases medias marbellíes para organizar, a lo largo del siglo XIX, un modelo económico que respondiera a las exigencias del mundo moderno. El final del siglo XIX no son sino una sucesión de momentos de crisis. Ya se venía anunciando desde prácticamente todo el siglo. En 1866, antes del Sexenio Democrático, la situación del Ayuntamiento es calamitosa. El paro se había consolidado en un grupo representado por jornales y por los obreros de las fundiciones . A finales del sexenio, la situación seguía deteriorándose.

Es relativamente fácil, a la luz de los documentos, percibir que el fin de siglo en Marbella es sinónimo de crisis económica. En una sociedad como aquélla, rural, atrasada, cuya vida difiere poco de la de centurias anteriores, y que, a pesar de ello, se va modernizando a duras penas  por un tiempo se volvió a la luz de petróleo, después de cinco años de alumbrado eléctrico  , en una sociedad así el impacto de la regresión económica es mucho mayor.

Al margen de la naturaleza industrial, la crisis económica es imposible de disociar del tremendo impacto que la filoxera provocó en los campos y, por ende, en el mundo campesino, que ya había conocido la crisis del olivar, la de los cítricos y el descenso del valor de la caña de azúcar. Se trató de una fatal coincidencia temporal de la plaga filoxérica y una depresión general que afectó a los principales cultivos y a la ganadería. Un desplome generalizado del sector agrícola que se hará patente en un fenómeno cuya aparición es, como hemos dicho, uno de los hitos más importantes que jalonan la historia de Marbella: la creación y desarrollo de la colonia agrícola de San Pedro Alcántara. La crisis económica del último tercio de siglo se dejaría sentir en los jornaleros de la colonia, apareciendo algunos síntomas de malestar social en los años 1897 y 1898, momento a partir del cual se va a iniciar un ciclo de expansión económica por el aumento en la producción industrial, primero de la remolacha y después de la caña de azúcar, debido a la pérdida de Cuba, principal proveedor hasta entonces de este producto. Un hecho éste, el de la reactivación azucarera, de suma importancia y que será el factor principal del flujo de población desde Marbella a San Pedro, y que nos induce a considerar la coexistencia de dos procesos evolutivos divergentes en el mismo término municipal a partir de los últimos instantes de Diecinueve: el avance de la colonia y el retraimiento de la ciudad.

POLÍTICA LOCAL

La política local, después de la Guerra de la Independencia, se nombra como alcalde provisionalmente a Alonso María Roldán, que antes había ocupado el cargo de regidor decano. Después de las primeras elecciones, se nombra a Manuel Martínez Molina. Un gobierno que, al parecer, no gozaba de las simpatías del clero.

Las segundas elecciones, las de diciembre de 1813. Ya están perfilados los dos personajes que van a disputarse la Alcaldía en lo sucesivo: Alonso María Roldán y Pedro Escobar. Después de algunas impugnaciones y controversias, queda definitivamente nombrado como alcalde este último. La vuelta al absolutismo, en 1814, trajo a aparejada, también, el regreso de Roldán. Esta vez por seis años.

Durante el denominado Trienio Liberal, el concejo de Marbella se encuentra «permanentemente agobiado con las cargas fiscales e incapaz de generar recursos más allá de la imposición de nuevos arbitrios y el aprovechamiento de las tierras de propios. La ciudad tiene graves problemas estructurales e importantes déficits de obras públicas complicados por las destrucciones de la Guerra de Independencia, con casos tan emblemáticos como la voladura del puente de Málaga. Son permanentes las referencias a un sistema de cañerías de agua potable y saneamientos en ruina, a las difíciles comunicaciones a pesar de ser un punto determinante en las comunicaciones entre el entorno de Málaga, el Campo de Gibraltar y el interior de la provincia, o a un muelle siempre inacabado que no proporciona nada más que un fondeadero natural, condicionando la presencia de una escasa flota pesquera y de una algo más pujante flotilla de cabotaje». 

Durante este periodo, y en los siguientes, va a destacar la figura de Alonso María Roldán, que, en un contexto dominado por el ascenso burgués y la transformación de las clases dominantes del Antiguo Régimen, constituye un «un magnífico ejemplo del pragmatismo con el que estos oligarcas afrontan las cambiantes situaciones y son permeables a las nuevas prácticas políticas, pasando sin el menor rubor del absolutismo al liberalismo y viceversa. Frente a ello, la familia Escobar es la representación de las clases burguesas emergentes. Su enfrentamiento integra buena parte de las características sociopolíticas del momento».

Por otro lado, «el comienzo de esta nueva etapa liberal en Marbella no va a ser pilotado ni por los sectores ostentadores del poder político y económico en la etapa anterior ni por una burguesía comercial que acceda desde aquí a los resortes del poder. Serán mandos militares y funcionarios de nivel medio, pequeños propietarios agrícolas y algunos comerciantes y artesanos, todos ellos con moderados niveles de renta, los que asaltan el edificio absolutista. De ello podemos extraer dos conclusiones fundamentales. En primer lugar, la oligarquía local no demuestra ninguna capacidad de reacción, bien porque, dada la permeabilidad con la que acogen a las nuevas instituciones, no sientan el fin del absolutismo como una amenaza, bien por una pérdida total de control de la situación».

Las nuevas instituciones liberales se van implantando; proceso que culmina el primer año del Trienio con la aparición de la Milicia Nacional, «fuerza ciudadana garante del orden constitucional, que debía implicar en la defensa del sistema a todas las capas de la sociedad» . Unos objetivos que fracasan por la falta de financiación y la mala organización, lo que provoca que nunca sea «una fuerza útil ni para el control del orden público ni mucho menos para actuar contra las partidas realistas que operan en la sierra de forma cada vez más activa» . Lo mismo que también fracasa el intento de los munícipes de retomar el control de los propios para garantizar un mínimo de funcionamiento de la institución local. «A la postre, el esfuerzo de los miembros del concejo no irá más allá de actualizar los remates a pagar por los arrendatarios, sacar de nuevo a subasta algunas zonas que habían dejado de tener actividad y a solicitar una y otra vez a las Diputación Provincial autorización para licitar el aprovechamiento de nuevas tierras comunales con las que cubrir cargas fiscales o gastos concretos. La columna vertebral de los propios vendrá determinada por las subastas del fruto de bellota, eje fundamental de su capacidad para generar ingresos, aunque sus rendimientos serán rápidamente absorbidos por las famélicas arcas municipales».

En lo político, durante el segundo cuarto del siglo XIX Marbella sufre lógicamente las consecuencias del cambio de régimen y, sobre todo, la amenaza carlista, personalizada en la figura del general Miguel Gómez, natural de Torredonjimeno (Jaén). El concurso de Marbella y sus poblaciones limítrofes en la expedición de este general comienza en 15 de noviembre de 1836, cuando se produce el llamamiento provincial a los milicianos nacionales, pues la facción del rebelde Gómez había vuelto a aproximarse a los límites de la provincia. El carlista tomaría ronda y prepararía el levantamiento general de toda la Serranía y de Marbella, tras lo que accedería a unas vías de comunicación de vital importancia para el desarrollo posterior de la campaña. La situación en Marbella llegó a considerarse preocupante, creándose una especie de psicosis en la ciudad, y se ve sometida durante algunos días en una verdadera economía de guerra, la sustitución del gobierno local . Además, y según consta en la documentación municipal, se mandó poner a buen recaudo el Archivo Municipal. Pero los movimientos de las tropas de la reina (toma de Gaucín, etc.) desharán los planes.

Otro momento histórico que encontraría refrendo en Marbella fue el trienio esparterista. Tan pronto como se conoció en Marbella el alzamiento en Madrid de los partidarios de Espartero, Bernabé Chinchilla Bernardi se puso al frente de los milicianos nacionales, apresurando e impulsando el movimiento, que fue secundado asimismo por las fuerzas de carabineros. Málaga será, después de los tres años, la primera en alzarse contra Espartero, secundada inmediatamente por Marbella.

El sexenio revolucionario comienza con un hecho relativamente curioso: el anteproyecto, por parte del Estado, de la supresión de los ayuntamientos de Benahavís, Ojén e Istán y su agregación a la ciudad, por carecer éstos de recursos económicos. El Ayuntamiento de Marbella, a pesar de pasar por serio apuros financieros, acepta dichas incorporaciones. Posteriormente, todo quedó en nada.

En cuanto a la repercusión de los hechos de la Revolución de Septiembre, Marbella se suma el 23 de septiembre de 1868, dos días después que Málaga. Comienza a funcionar una Junta Revolucionaria, que lleva a cabo una serie de acciones de carácter político que define su compromiso con las medidas revolucionarias. Los personajes de esta etapa mantienen una actitud anticlerical, que se refleja en algunas actuaciones respecto al cura párroco. El alcalde, hasta la I República, es Pedro Artola y Villalobos. Se encontrará con que la situación económica no le permitirá seguir con las demandas iníciale de la Septembrina, y parte de la ciudadanía no aceptará la suavización de estos principios revolucionarios. Con el grito de “abajo los consumos”, se producirán en Marbella altercados serios.

La instauración de la I República se produce en Marbella la noche del 29 de noviembre, y los protagonistas fueron ciudadanos de Marbella apoyados por elementos de otros municipios. Se nombra alcalde a José María Marín Andrades, presidente de la Junta Revolucionaria. La gestión de este gobierno se encontraba en cierto modo desamparada a consecuencia de los poderes caciquiles del municipio.

El final de siglo es una evidencia permanente de las estrecheces monetarias del Ayuntamiento , lo que evidenciará, más si cabe, la normalidad corrupta, el viciado funcionamiento de una institución clave en el sistema oligárquico y caciquil de la Restauración. Los miembros de las sucesivas corporaciones van a ser protagonistas de una serie de actuaciones que no son sino la formulación práctica de un sistema dominado por el bizantinismo, la doble moral y la corrupción. Para ilustrar la perversión en el terreno hacendístico sirva como ejemplo que en 1895 se había dejado de pagar la suscripción a la Gaceta de Madrid, que suponían 80 pesetas, y que sólo habían podido dar 25 pesetas para la «Suscripción nacional en favor de los heridos y enfermos de la guerra». Sin embargo, en junio de ese mismo 1895, el alcalde, sin dar cuenta a nadie -la dará después de la adquisición- se compró una empuñadura de oro para el bastón de mando; en octubre de 1897 dice el alcalde que está esforzándose de tal manera en la recaudación que admiten hasta «calderilla» para hacerla mayor; los sillones del salón capitular estaban destrozados, según denuncia un síndico en la sesión del 8 de enero de 1898 en diciembre del 1899 contestan a la Cámara Agraria de Málaga que no puede asistir ningún miembro del Ayuntamiento a las reuniones por carecer de recursos para desplazarse. A pesar de ello, era habitual que el Ayuntamiento aprobase sumas considerables para desplazamientos de algún miembro de la Corporación a Málaga que nunca se justificaban. O que se aprobaran, asimismo, y gastaran partidas para ejecutar obras públicas que jamás se llegarían a realizar. Entre 1895 y 1898 se «arreglaron» varias veces las calles General López Domínguez, Lobatas y Aduar; se aprueban gastos para un centenar de obras de calles, y siempre, en todas las sesiones, se daba cuenta de la «compostura y pago» de alguna cañería.

Es incuestionable que el eje sobre el que giraban estas arbitrariedades económicas fue el Impuesto de Consumos, que constituye el punto de encuentro, el motivo primordial de casi todas las disputas entre el Ayuntamiento y el gobernador civil. Las cantidades que la Tesorería Provincial reclama son altísimas, y en algunos casos  como la de julio de 1895  representan casi la mitad del presupuesto total del Ayuntamiento.

El otro gran hecho que marca el siglo XIX es la creación de la colonia agrícola de San Pedro Alcántara. Un proyecto innovador que pretendía, entre otras cosas, el restablecimiento de las actividades relacionadas con el azúcar, tanto agrícolas como industriales, además de la formación de personal intermedio en las labores agrarias , y que se llevó a cabo por la iniciativa de Manuel Gutiérrez de la Concha, primer marqués del Duero. La relevancia de este hecho no ofrece dudas: San Pedro, es en la actualidad una entidad de población de más de 30.000 habitantes.